¡Ah, Destino enemigo, rival indefendible, adversario tenaz! Te quisiera de frente, cara a cara, mis puños en tu pecho de atleta presuntuoso y golpearte con mi eterna pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué esta herida sangrante y desvelada, vacía de respuesta? ¡Oh, Destino! Y una y otra vez lanzar mis puños contra tu inexpugnable fortaleza, hasta sentir tu sangre, ¡sangre mía!, caliente fuego de mi mortal miseria.
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