No lo estoy cerrando por la poca frecuencia con la que lo actualizo, aunque debo reconocerlo, es practicamente nula, sino que ya no lo siento tan propio como antes, como en un principio, como hace un año o hace cuatro meses. Admito que es complicado mantener un estilo durante tanto tiempo -al menos a mí me resulta complicado, suponiendo que es algo normal teniendo en cuenta que se trata de un tipo de escritura completamente personal-, pero igualmente no lo voy a cerrar, porque cerrarlo sería como ese planteo estúpido con el que viene mi madre de vez en cuando, ese de la cirujía estética para las cicatrices de mi antebrazo, cuando en realidad el hecho de que no estén no quita que no haya vivido todo lo que viví (esta vez no le toca mucho protagonismo a mi asunto de mutilación auto infligida, ya me suena a recurso gastado).
Este blog delimita una época, la cual tuvo sus etapas así como un principio y un fin que es pero no es, acá nada termina de ser, ni es, pero a la vez es. Así funciono, así funcionan mis mitades, así se vive; todo, absolutamente todo en mí es obvio e indescifrable a la vez, la actriz y el personaje en una misma entidad, la imposibilidad de exponerme por el mied... ¡EL HORROR! El miedo de que me lastimen, porque todos me lastiman, todo el mundo en algún punto me lastima, siempre, siempre, siempre me lastiman... El afuera me lastima, el ser humano y su egoísmo inevitable, natural... Todo.
Esta parte siempre me da miedo cuando escribo, porque tiendo a perder el hilo y arruinar todo, entonces pienso alguna frase críptica para cerrar y lo dejo todo a medias, pero nadie se da cuenta, obvio.
Nunca es fácil desligarme de nada, por eso retrasé tanto el momento de publicar esto, es raro empezar un blog nuevo, elegir un template, armar todo de cero, en fin, a mí me choca.
Y este fin de semana me pasó algo que resume un poco esta idea.
Podría ser una versión contemporánea de un caso que quedaría genial en Psicoterapia De La Vida Cotidiana de mi querido Freud, en la parte donde explica los actos inconcientes y los olvidos específicamente, estamos hablando nada más y nada menos que el hurto de mi celular cuando volvía de Recoleta en el 59 este Sábado pasado a la tarde. Sí, lo que leyeron, esa estupidez, voy a ir al grano... bueno, no: ¿Qué tiene que ver un aparato de mierda? Que no es simplemente un aparato de mierda, es mi aparato de mierda, tiene mis cosas, mi escencia, mis rastros de personalidad ahí metidos; tenía mi foto de una frase de Cartier-Bresson ("Lidiamos con lo desvaneciente: una vez perdido, no hay forma de recuperarlo. No se puede revelar e imprimir un recuerdo."), y sobre todas las cosas, tenía recuerdos, recuerdos muy viejos que descuidé por un momento y me robaron de la cartera arriba del colectivo.
Cuando caí en la cuenta de lo que había perdido me sentí algo angustiada y la idea me dio vueltas todos estos días hasta que salió a la luz en mi sesión de terapia esta tarde (del Martes, ya no tengo noción del tiempo), ahí fue cuando me dí cuenta de lo que realmente había perdido y por qué, del día, el lugar; básicamente la forma en la que todo cerraba en un denominador común.
Si bien pareciera que me la pasé desvariando en el último post, lo único que hice fue usar un hecho real casi como metáfora para explicar el proceso de cierre de una etapa, el desprendimiento en su sentido más literal, el punto convergente de momentos claves relacionados directamente con los ejes de este blog. Creo que también necesitaba una muy buena excusa para cerrarlo o algo como una eventualidad muy importante que marque un hito en mi vida, para hacerlo significativo, como todo, todo tiene que tener un significado.
Y esta es la parte en la que me paro en el proscenio, saludo y me saco la piel de wannabe Josefina De La Torre de una vez por todas para salir a buscar nuevas musas y ensuciar más lienzos en blanco.
Este post no es perfecto y no me afecta, voy a dejarlo ser.
Gracias.