Otra monocromática noche de Viernes, ella leía el sumario de la Cosmo de Diciembre mientras un mosquito le picaba el tobillo. Un Motorola W375, cuya tapa de la batería se había fugado en una noche parcialmente cubierta por nubes de alcohol, yacía somnoliento sobre el escritorio de madera. Cuando a eso de las nueve menos veinticinco, sonó.
"Hola."
El color de sus pómulos afectados por la rosácea desapareció, estaba completamente helada, inmóvil e incapaz de sentir el suelo debajo de sus pies. Por un segundo la invadió una sensación similar al súbito descenso de presión sanguínea, lo que la obligó a dejarse caer sobre la silla para recuperarse... y fue invadida así por el miedo.
Lágrimas tibias le devolvieron el calor a su rostro, luego las manos que llevó hacia sus ojos hasta que sus cuerdas vocales produjeron un sonido suficiente como para susurrar.
"No..."
Siguieron los peores cuarenta y tres minutos en muchos años; interminables, vacantes, casi estáticos... perfectos para el flagelo psicológico de la imaginación ante la ignorancia sobre la mayoría de los acontecimientos y la impotencia que genera la distancia. Dolor. Nadie sabía nada más que lo que ella sabía, a partir de un impulso llamó a su celular "¿Qué te hicieron..?" le preguntaba al contestador automático en un tono casi inaudible.
Veintidós minutos más tarde escuchó su celular vibrando contra la madera del escritorio más frenético que nunca, atendió, caminó hacia la ventana de la cocina, después al living hasta el ventanal y la taquicardia cesó paulatinamente. Le había vuelto el alma al cuerpo.
Sonrió con alivio, y lloró con esa sonrisa en sus labios.
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