El domingo fue el día de la madre, de la madre que no tuve, ni tengo, ni voy a tener. Sí, bueno, tengo una madre biológica que vive conmigo y mi papá, que a su vez está severamente medicado-sedado- ante los irremediables episodios de ira, y violencia de grado menor a nivel psícológico que, por supuesto, tuve la dichosa oportunidad de apreciar. Más de una vez.
Desde que tengo memoria (que, por cierto, es impecable).
Mi madre nunca tuvo los ovarios para tomar las riendas de la situación ni proteger a mi salud mental de ésta, sino que se tomó la licencia de, justamente tomarse licencia casi total del ejercicio de su rol materno por medio del abandono parcial de mi persona. Así es, cuando cumplí diez años no sólo tuve que lidiar con el fallecimiento de un familiar cercano por primera vez en mi vida, sino que además fui víctima de un acto de egoísmo puro: la negligencia.
Mi sobresaliente rendimiento académico se desvanecía de a poco, aparecían signos psicosomáticos como las migrañas y la angustia, empecé a tener contacto con el dolor, la ansiedad, y el miedo.
Por primera vez, estaba completamente sola.
Sola en un departamento de tres ambientes con el actor de aquel doble rol de padre enfermo/protector, que me rompía en mil retazos como a una muñeca de trapo con esa mirada colérica que reflejaban aquellos ojos verdes inyectados de sangre; esa mirada ante la cual yo no callaba la silenciosa respuesta de mis pupilas ahogadas en lágrimas, porque estaba segura de que mi papá no era un monstruo, sino otra víctima. Tuve mucho miedo, sí, pero nunca tuve alguien a quien acudir, por lo que me ví obligada a asumir reponsabilidades que sobrepasaban mis posibilidades, directamente proporcionales a mi edad y madurez.
Cuando mamá se ausentaba por muchas horas el ambiente se tornaba crítico, pero no existía manera de que ella se enterase dado que, a pesar de la existencia de los teléfonos celulares y la posibilidad de adquirir uno, se negaba a hacerlo "Porque me vas a hinchar a cada rato."
Sola.
Pero, al fin y al cabo, soy yo sola la que se lleva todo el crédito de haber apoyado y querido realmente a mi papá, a pesar de sus falencias psíquicas, en devolución al hecho de que él nunca faltó a sus responsabilidades generales como padre, él se ocupó de su única hija y nunca la abandonó.
Ocho inviernos más tarde puedo jurar que Mr. Cecil no es ningún monstruo, porque los monstruos no lloran por un corazón roto.
En fin... Es curioso -muy curioso- que haya pasado este último día de la madre sin la presencia de mi madre ¿No? No triste, sino curioso, y sinceramente fuí más feliz dándole una clase a Cecil de cómo usar su nuevo celular antes de tener que verme obligada a festejar algo que realmente no siento. Los -pocos- años que viví y el psicoanálisis me enseñaron a no buscar/amar/querer aquello que me haga mal y curiosamente el origen de mi neurosis yace en el mecanismo de defensa de caracter escapista de la persona que hoy en día tiene el tupé de llamarme "egoísta".
Algún día voy a poder perdonarte, Mamá. Hoy no, "Hoy me toca a mí".
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